LA NIÑA DE LOS BURRITOS
De esto ha pasado ya muchísimo tiempo, no obstante, las lenguas de los lugareños, no lo dejan olvidar.
Es el paso obligado para un modesto caserío entre montañas, sus cambios a través del tiempo son casi imperceptibles, no obstante los más notorios, curiosamente se originaron en la misma familia.
La ultima casa y de por si alejada de las otras pertenecía al guardián del cementerio de la zona, deberíamos decir guardián y autoridad, puesto que la máxima función de autoridad era conocer a la persona que estaba cambiando de morada y asegurarse de que se le pusiera una cruz, sino con el nombre completo, al menos su sobrenombre o simplemente sus iniciales.
“Hombre trabajador, buen hijo y buen amigo”, así opinaban de él sus familiares y sus amigos.
Todo transcurría normal hasta que un buen día Moncho tuvo que ponerle la cruz a su padre y a los pocos meses la de su madre.
Los primeros días contó con las reiteradas visitas de vecinos y compañeros, pero poco a poco éstas se fueron distanciando y Moncho comenzó a darse cuenta de que su casa le estaba quedando grande.
Para él, éso era sinónimo de buscar pareja, no obstante sus amigos queridos que de una u otra forma velaban por él, decidieron aportar todo lo que fuese posible para no ahondar la soledad de una persona tan querida.
Así fue como uno a uno fueron llegando los fantasmas del lugar a aquella casa y ésta se llenó de presencias que se hacían sentir.
Aún no sabiendo mucho del Mundo del Más Allá, parece ser que tienen costumbres parecidas a los nuestras cuando pecamos de poco educados y nos presentamos a una casa con un amigo al que no habían invitado, única razón valedera para entender a Moncho cuando se quejaba de que ya no cabían en su casa porque convivía con sus amigos, más los amigos de ellos y alguno que otro de sus familiares que estaba familiarizado con el alboroto.
Como estaba decidido a vencer la soledad con métodos más convencionales, continuaba albergando la idea de encontrar una linda joven para convivir.
Aunque su meta era clara y precisa, el escollo de los fantasmas era algo digno de considerarse.
La mejor solución que encontró fue ampliar la casa y habitar la parte nueva con su compañera a quien seguramente no tardaría en encontrar.
El bahareque de la casa y las negociaciones para el asunto señora iban al unísono, dos cerditos menos en su corral y una linda morenita traspasó el umbral de su morada.
La casa completa era un verdadero monumento a la multiplicación, aumentaban los fantasmas, los cerdos, la familia y los gritos de Margarita cada vez que una educada sombra le prendía el fuego o la ayudaba a tender los pañales de la Charito que había llegado justo a los 9 meses de la entrada triunfal de Margarita en el preciso momento en que los dos lechoncitos despedían un apetitoso aroma y se destapaban cajas y cajas de cervezas. Charito era la única que se reía todo el día porque descansaba en su cuna únicamente cuando su asustadiza madre la iba a ver, ya fuera preocupada por su silencio o su algarabía. La más de las veces la Charito volaba por los aires de brazo en brazo amorosamente cuidada por “tíos” un tanto extraños y no siempre visibles.
Al cumplir su primer año la Charito, no podía faltar la clásica canción de festejo, sólo que fue coreada intempestivamente por tantas voces, que Margarita no quiso quedarse ni siquiera para recoger a la niña y echó a correr montaña abajo como liebre asustada negándose a regresar hasta tanto Moncho no despidiera a sus amigos “invasores”
No habiendo mas remedio a tamaño mal, Moncho comenzó nuevamente la operación construcción de vivienda, ésta vez contaba con que seria la definitiva, para lo cual le regalaba su casa a sus extraños amigos con el compromiso formal de que no lo siguieran a la nueva..
Así pasaron los años, Charito ya era toda una jovencita y ayudaba a su padre y a su madre en su “empresa”; habían cambiado sus cerdos y cerditos por burritos y aprovechando que ahora vivían en la entrada del camino que se internaba en la montaña donde a lo lejos quedaba el caserío, alquilaban sus animales para trasladar leña, yuca, plátanos y cambures principalmente. Los animalitos iban y venían; siempre eran atendidos por los usuarios y sus dueños quienes verdaderamente los querían y cuidaban con ahínco.
Hacía algunos años se había instalado en los faldeos un hombre que se hacía llamar Damián, comenzó visitando la zona y retirándose, alargando su permanencia cada vez más hasta que se instaló definitivamente. Vivía de la caza y no gozaba del aprecio de nadie, mucho menos de Moncho y Margarita quienes veían con temor como asediaba a su hija.
Charito intentaba alejarse lo más posible de este sujeto y cuando no lo lograba se veía obligada a pasar malos momentos llegando incluso a bañarlo con cualquiera de las palanganas que hacían de bebederos de sus queridos asnos.
El tiempo implacable continuaba su marcha llevándose primero a su padre y luego a su madre.
La alegría contagiosa de Charito, se iba alejando poco a poco, la compañía de sus animales era su único consuelo, todos los esfuerzos que hacían los lugareños para atenderla resultaban infructuosos. Se apagaba poco a poco.
Las insinuaciones de Damián cada vez más asquerosas era quizás lo único que perturbaba la calma en que vivía.
Una mañana de un domingo lluvioso se la vio corretearlo armada con un grueso palo al tiempo que le gritaba: ¡No me tendrás mientras viva, desgraciado!
La escena mostraba a Charito como ganadora por lo que el arriero, testigo del asunto, prosiguió su camino no sin antes sonreír montado en Rosca, una de las viejas burritas de los Guaramato como se les conocía.
A las 5 de la mañana del Lunes inmediato, cuando aún José caminaba al lado de Rosca pasando por el despeñadero, la zona más abrupta del camino el cual no era conveniente hacerlo montado seguía tranquilamente su rutina para devolverla y cancelar por ende el acarreo de su mercancía, se sobresaltó al comprobar que la burrita quien por sus años era un tanto lerda, amenazaba con imitar a Yedra, la más joven del grupo por lo que su “jinete” bromeaba “ te di demasiado desayuno por eso estas tan fuerte” Pasado el trayecto peligroso, se montó y permitió que el animal llevara el paso que quería.
El primer signo de que algo estaba mal lo dio el hecho de que aún el corral no estaba vacío, se divisaban los burros adentro ¡Charito, Charito! se dejó oír en la montaña, don José se apeó de su cabalgadura y corrió con todas sus fuerzas. La puerta estaba abierta, los burros en un círculo perfecto convergiendo en un punto interno todos sus traseros y sus cabezas en el exterior, rebuznaban lastimeramente.
Rosca se unió en el acto a la vocalización y el alarido de don José fue la nota culminante; en el punto central estaba el infeliz Damián aprisionado hasta quitarle el último aliento de sus pulmones por Duque, Roseta, Yedra, Mora, Morocota, Chiquito y Porfiado.
En el rincón más oscuro estaba el cuerpo ensangrentado de Charito, su palo dividido en dos daba pruebas de haber sido usado en uno o más golpes certeros pero no lo suficientes como para tener a Charito de éste lado.
Algunos, los que tuvimos la dicha de crecer con Moncho y Margarita; estando sentados acompañando el cadáver de su hija, nos pusimos a contar cuanta aventura habíamos enfrentado juntos y la que más me impactó fue una que vivió Moncho con mi hermano y que conocí recién ésa noche.
La historia comienza con uno de los extraños amigos de Moncho decía mi hermano muy seriamente, era un duende, ambos eran inseparables, compartían horas y comidas, cuando se le creía sólo, no lo estaba, su largo, flaco, envejecido y buen amigo estaba con él. Un día Margarita se quejó de que siempre era la última mujer en recibir en el umbral de la puerta a su hombre y demostró tristeza y preocupación por el asunto. Su buen compañero le prometió aclararle todo de la mejor forma posible y lo hizo; le manifestó su problema a Pimpilin y éste siguiendo las tradiciones de su grupo donde no se permite herir a nadie ni con el pensamiento, estuvo dispuesto en el acto a resolver la cuestión.
Fijaron el encuentro para el día siguiente a tempranas horas y como habían supuesto, Margarita podía creer en todo menos en duendes, Pinpilin la invito a su tierra. Como ésta situación no estaba prevista, el tuvo que cumplir múltiples ocupaciones comprometidas de antemano por lo que dejó a su invitada en manos de algunas duendecitas de buena voluntad y muy satisfecho de haberle resuelto el conflicto a su amigo, se olvidó del asunto.
A los pocos días se encuentran nuevamente los dos amigos y Moncho le confiesa estar muy preocupado puesto que su señora no regresó. Animosamente Pinpilin se une a la búsqueda y a los pocos pasos se acuerda que aún “no la ha devuelto”, pide excusas por su olvido, da 3 brincos al Norte,3 al Sur, 4 al Este y 4 al Oeste. Salta al centro donde gira 7 veces y retorna al lado de su amigo que no logra cerrar la boca. Margarita sale del circulo imaginario como si hubiese faltado solo unos segundos y comienza a mostrar los obsequios recibidos, piedritas que brillan, frutos secos, semillitas, hebras vegetales con las que adornará su cabello al tiempo que promete guardar el secreto como se lo pidieron sus nuevas amigas.
Ya muy entrada la noche, todos se dispusieron a partir no sin antes acomodar a los burritos que ahora eran responsabilidad de la comunidad cuando el encargado designado para la primera tarea dice tan pronto entra como sale del corral: “No me van a creer esto...todo está hecho”
¿Quién fue? Pregunta repetida a coro.
Seguramente fueron ellos, quisieron ser los primeros dijo uno de nosotros y los murmullos de aprobación pusieron punto final a las dudas. Tal vez quieren ser los únicos dijo el más viejo de todos, una inclinación de cabeza en señal de respeto, un silencio seguido de unos pasos que ponían de manifiesto que era la hora precisa para retornar a sus hogares, puso punto final al día para dar comienzo a la noche y así continuar con la rueda de la vida.
Aurora Roubik
22 Diciembre 2002
2 comentarios:
No se puede jugar con los espiritus cuando estan inmersos con una o varias personas.
Macanuda tu historia Aurora.
Marcelo
Argentina
Marcelo:
Tienes mucha razón, es un tema del cual no sabemos todo aún.
Gracias por escribir.
Un abrazo,
Aurora
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