sábado, 19 de junio de 2010

Parte del capitulo I UN MUY LEJANO AYER

Parte del capitulo I UN MUY LEJANO AYER


No sé por cuanto tiempo he atesorado éstos recuerdos, de lo que estoy segura es que son parte de mi vida, no de la que vivo ahora, de otra ya perdida en el tiempo, ¿es lo que llamamos eternidad?









Mi mente vaga cruzando cielos, montañas y arco iris; de lejos diviso mares, tierras y desierto, ahí me detengo: Tiendas multicolores y tapices, caballos, camellos, dromedarios, hombres, mujeres, niños y niñas, todo emana calor y belleza. La vida se hace presente en todo su esplendor. Un cielo azulado compitiendo con el dorado intenso de los incontables granitos de arena, el crujir de las palmeras y el cristalino chisporroteo del manantial que cobija todas las esperanzas de quienes vivimos a su alrededor; todo esto, convierte nuestra existencia en lo que somos, una tribu feliz, organizada y culta.







Nuestros abuelos y sus abuelos y otros, otros abuelos más se han preocupado de entregarnos su sabiduría para que año tras año recopilemos todo cuanto seamos capaces de comprender. Ponen mucho énfasis en que ellos son meros observadores e interpretadores de los mensajes astrológicos y terrenales. Yo diría más bien, que conocen al cosmos y por ende a nuestro planeta tanto como a nuestro oasis.







Crecí en medio de los cuentos de mi abuela y de mi madre, donde reconozco ahora, recibía lecciones y entretenimiento al mismo tiempo. Me encantaba hacer gala de éstas narraciones a mi única hermana, menor que yo siete años. Anuka, sobrenombre cariñoso; era graciosa, regordeta (sin ser gorda), de mejillas siempre sonrosadas, cabellos castaño oscuro rizados, espectaculares ojos almendrados bordeados por largas y sedosas pestañas que hacían más llamativo el verde oliva que le caracterizaba, una boca pequeña de labios delgados que la mayoría de las veces permanecía abierta, ya fuera comiendo frutos silvestres, riendo, cantando o mostrando un desmesurado asombro ante mis locuras. Sus siete añitos no habían podido ocultar su carita de bebé siempre tierna. Sus manitos generalmente estaban agarradas a otras más grandes o a algún vestido o túnica cuyo usuario tuviera la gentileza de soportar los desmanes de cariño de mí adorada hermanita.







Yo por el contrario era alta, muy delgada, ojos negros y profundos como una noche de invierno, mi piel una vez blanca, lucia tostada por el sol, mi cabello castaño claro se veía surcado de matices color miel (no creo que haya sido un regalo genético, me inclino a pensar mas bien un obsequio de los rayos solares quienes caían sobre mí en todo momento) los que caían suavemente ondulados sobre mi espalda. Mi estilo de vida era un tanto diferente, creo que mi padre esperaba un primer hijo varón y mi madre tal vez no puso mucho énfasis en que yo era una niña y me vi obligada a absorber muchos de los dos. Lo cierto es que sin ningún tipo de tropiezo en mi personalidad, cazaba, cabalgaba. Bailaba, tejía, cocinaba, y me reía muchísimo cuando se referían a mí como una chica exótica. Yo era mucho más que eso, seguía los pasos de mi madre y mi abuela que eran consideradas las mujeres más sabias de la tribu claro que a los catorce años, prefería ostentar mis otras artes y dejar para después ésta tan importante, seguramente tendría mucho tiempo para desarrollarla. Era común verme en constante movimiento o en la quietud más plena. Mi alegría y entusiasmo eran fuente de inspiración para quienes tuvieran el tiempo necesario para seguirme, no uso la palabra acompañarme, porque reconozco que era difícil alcanzarme. Un buen consejo para cualquiera que no me conociera tan bien seria: “Si me quieres ver bailar... pídeme que cante; pero si realmente me quieres, ver bailar… y el brillo de tus ojos lo hace saber, ten todo preparado para mi baile y de seguro no te defraudaré”. No me mal interpreten, no soy engreída ni nada que se le parezca, solamente me falta tiempo para hacer todo lo que quisiera. y lo que mas quiero es VIVIR. Los días, los meses y los años son tan cortos, como me gustaría poderlos alargar.







Entre mis obligaciones estaba el escribir los pergaminos que me dictaba mi madre la mayoría de las veces y unas pocas mi abuela. Lo hacíamos noche tras anoche en el más absoluto secreto, esperábamos que las voces se acallaran y tomaran su lugar los sonidos mágicos del desierto los cuales bullen aún en mi cerebro sin encontrar las palabras precisas para describirlos. Mi madre iba perdiendo la visión paulatinamente, era tan autosuficiente que creo que jamás hubiera podido confesar que un impedimento la estaba doblegando. Jamás me pidió que mi escritura quedara en el anonimato, era algo que se podía intuir, el no haberlo hecho hubiese sido una traición sin limites. Yo la quería y la admiraba muchísimo, ni siquiera sé si mi padre estaba al tanto de la situación. Mi abuela no sabia escribir ¿habrá mi madre conservado un secreto como éste cuando era ella quien escribía a la luz del fuego lo que mi abuela le dictaba?

No hay comentarios: